lunes, 11 de agosto de 2003

Vertederos controlados

La basura es parte consustancial del progreso. Columnas y columnas de viejos muebles, neumáticos desgastados y electrodomésticos ya huérfanos de dueño se amontonan impúdicamente a las afueras de las urbes, al pie casi de nuestros ojos. Constituyen, con sus calles improvisadas de chatarra y plástico, todo un universo paralelo forjado un día tras otro a golpes de consumo. Los vertederos son, por eso, reflejo sucio y grotesco de nuestro confortable mundo.
Todo aquello en lo que creemos, desde la casa hasta el trabajo, tiene allí su propio y deformado estante. Una lavadora quizás, un sofá roto o un automóvil descuartizado nos recuerdan en estos abigarrados poblados lo que somos, lo que fuimos y, acaso, lo que terminaremos siendo.
Pero la inmundicia material habla también del desgaste ético y moral del ser humano. Anidan en el espacio público, en las vitrinas de lo establecido, en las páginas de ésta o esa otra revista despojos anónimos cuyo único divertimento es ocultar el fracaso del siglo XXI por el que ya transitamos. Corretean entre los anuncios, las tertulias y los concursos, igual que ortópteros en plena oscuridad de verano, legiones enteras de bichas y bustos acreditados. Son, con sus corruptelas, noviazgos fingidos y chismorreos, un esperpento de la verdad, un relato inverso de todos los tiempos.
En nuestro descargo debe decirse que los detritus, sean de la condición que sean, proporcionan siempre un excelente abono, una inmejorable herramienta de estudio. Conocemos el esplendor de pasadas civilizaciones gracias no a sus teatros, termas o acueductos sino, en muchas ocasiones, a los restos de sus escombros. Un ajuar abandonado en mitad de un incendio, un montículo de ánforas de deshecho -como las del monte Testaccio de Roma- o un galeón naufragado aportan hoy a los expertos los datos más precisos y fidedignos acerca de aquellos que nos precedieron.
La basura esconde lo más siniestro de nosotros mismos. Es, con sus kilos y kilos de cartón rasgado y piedra ya caduca, el único espacio todavía vetado a la ficción. Basta con visitar los vertederos para comprobar la auténtica medida del progreso.

lunes, 4 de agosto de 2003

Rían sin pasarse

La sonrisa es hermosa. Habla de la salud del alma y de la perfecta conciencia. Pero entre ésta y la carcajada hay todo un mundo. Se entiende que las risotadas de Balbás, mentor político de los Tamayo y compañía, nada tienen que ver con el rictus de quienes todavía siguen en riguroso directo el esperpento de Madrid.

Unos, aviesos fanáticos de todo cuanto huela a "Gran Hermano", aprietan los dientes y tuercen los labios satisfechos con la sobredosis de morbo político. No es de extrañar: ya tienen la prueba de que su espíritu -y aún su vocabulario- es más selecto que el de los reputados parlamentarios.
El otro, en cambio, nos incita a pasar de la crítica benévola y la absurda compasión al mayor de los temores. Nadie en sus cabales puede forzar tan alegre y exagerada mueca como la mostrada por Balbás ante los investigadores de la Asamblea. No después de ver malherido a su partido "de siempre" y seriamente tocado "a su candidato".
Accesos semejantes deben de ser de todo menos saludables. Los riesgos los explica el filólogo argentino Mario Satz. Según él, las contracciones del diafragma generadas por la risa pueden dañar el corazón hasta el punto de provocar un infarto. Es científico.
Cuentan, por ejemplo, que Filomeno, un poeta clásico, fue víctima de uno de esos temibles ataques de hilaridad. El pobre griego se sorprendió de que, a los pies de una higuera, hubiera un asno comiendo los mismos frutos que entre verso y verso él saboreaba. Poca diferencia, pues, tuvo que ver entre el noble cuadrúpedo y aquel que presumía de ser el más reconocido erudito de su tiempo para sufrir tamaño espanto.
La risotada, está visto, tiene sus peligros y de ellos conviene avisar a quienes, como el señor Balbás, andan por ahí torciendo la mandíbula de forma desmesurada. Es de temer, entre otras cosas, que sea un mal contagioso igual que lo es el bostezo, también de moda entre los diputados madrileños. Imagínense entonces a toda la Cámara poblada de asnos, que es a lo que apunta esta risueña investigación. Para morirse de risa.

lunes, 21 de julio de 2003

Los ilegales

No hay mentiras piadosas ni medias verdades. Detrás de cada silencio o de cada dato incompleto subyace una oscura motivación. Ningún asunto escapa a esta terrible fórmula, menos aún si es de interés nacional. Un ejemplo lo tenemos en la inmigración.
Los voceros oficiales -grandes expertos en certezas absolutas- se empeñan en ofrecer la peor imagen posible de este fenómeno. Relacionan con harta frecuencia la llegada de extranjeros con el aumento de la delincuencia y la inseguridad ciudadana, lo cual, entre otras ventajas, nos permite mirar el futuro con mejor conciencia aunque, eso sí, con mayor dosis de temor ¡Qué mejor forma de fomentar el consumo! Las grandes superficies y los servicios de seguridad privada pueden atestiguarlo.
Sin embargo, ese esfuerzo sutil y tenebroso, que de vez en cuando nos salpica con algún norteafricano muerto en las playas de Algeciras o con alguna chacha dominicana apaleada en el extrarradio de Madrid, constituye también un grave ejercicio de irresponsabilidad.
Se explica desde los altares mediáticos que los inmigrantes trafican con droga, que están habituados al delito y que no respetan los Derechos Humanos. Ahora bien: no se dice por qué los "moros" se transforman automáticamente en maravillosos jeques cuando acuden a Marbella -aunque sea a traficar con armas-, o por qué los mayores consumidores de cocaína son los occidentales de altos ingresos y no los centroamericanos, o por qué hay todavía jueces y alcaldes a los que la violencia doméstica preocupa menos que la Ley regional de Farmacias.
La inmigración es un pozo de medias verdades. Algunas -las que nunca nos cuentan- revelan que si los miles de subsaharianos y ciudadanos del este de Europa que trabajan clandestinamente en España lo hicieran al amparo de la Seguridad Social el futuro de las prestaciones sociales estaría garantizado.
Pero eso, claro está, no interesa, así que mejor será que pensemos en un plan privado de pensiones, como ahora se nos vende, y sigamos creyendo nuestras propias mentiras; por ejemplo, que no somos racistas.

lunes, 30 de junio de 2003

Idoneidades

La injusticia y la cobardía son, con frecuencia, buenas compañeras. El tirano, como el inepto o el corrupto, está acostumbrado a eludir sus responsabilidades mediante farsas, engaños o, en el peor de los casos, con el silencio más terrible y despreciable. No necesita razones porque casi nunca le asisten. Le basta, simplemente, con decir que esto o aquello "ya no es idóneo". Después escupe las soflamas que ha oído por televisión: las nuevas necesidades del mercado, la dureza y exigencia del perfil que tal puesto precisa...

Del Bosque, por ejemplo, perdió esta semana su "idoneidad" para dirigir al Real Madrid a pesar de que, gracias a él, la multinacional blanca puede ahora prescindir del fútbol para dedicarse a la lucrativa venta de camisetas. El adiós del salmantino, como el de miles de compatriotas abocados a peregrinar al INEM, demuestra lo absurdo de este planeta. El éxito está acotado al que oferta, no al que produce; está reservado al que aparenta y no al humilde.
El sacrificio, lo explica la audiencia de Tómbola y de Gran Hermano, pasa estos días por ser una cuestión nimia y ridícula comparada con el grado humano de estupidez, pasaporte hispano hacia la fama.
La Inquisición, al menos, se esforzaba en fingir ecuanimidad para cercenar todo avance filosófico o científico. La idoneidad que hoy nos ata, como la estaca de Lluis Llach, está al alcance de un reducido grupo de mortales. No son los mejores ni los más capacitados. Son sólo guapos y advenedizos, pero son los que mandan.
En los programas culturales, con suerte ganas 100.000 pesetas si te devanas los sesos. En el de José Luis Moreno por decir un número -que corresponde con un portentoso macho- triplicas esa cantidad e, incluso, puedes pedir un enchufe laboral para el nieto.
El premio o el fracaso ya no está en nuestras manos. Acaso nunca lo estuvo. Pero ahora, más que nunca, nuestra utilidad social pende de un gesto injusto, de una sonrisa cobarde. Un día el tirano, el inepto y el corrupto dirán "ya no eres idóneo" y nosotros, tan sumisos, volveremos a casa sin argumentos, desarmados.

domingo, 1 de junio de 2003

Ladrillo caprichoso

La radio depara sorpresas hasta ahora sólo reservadas al cajón televisivo. Esta semana, sin ir más lejos, oí a un responsable de cierto organismo estatal quejarse de la "absurda obsesión" de la juventud por comprarse un piso.
En un principio, y dada la hora de emisión del exabrupto, pensé que se trataba de otro de esos tertulianos de medio pelo que igual te cuenta las andanzas de Dinio que te analiza la actualidad política o que te vende un maravilloso producto de limpieza. Desgraciadamente, no era ese el caso.

Es más. El invididuo, toda una autoridad económica, insistía en acusar a los jóvenes de disparar el precio del ladrillo. No satisfecho con ello les pedía luego que se dedicaran a otros menesteres distintos al inmobiliario, escudado en no sé qué informes. Confirmaba así las peores sospechas: ya no se trata de impedir, por la vía de la especulación, que cualquier español acceda a una vivienda -o a la parte constitucional que le corresponde-. Ahora lo que se pretende es que acepte tranquilamente la imposibilidad de conseguirlo. Nescio quo pacto.
La solución al problema del suelo pasa por ofrecer alternativas razonables a quienes, por una u otra causa, se han quedado al margen de la euforia económica nacional. Urge, más que nada, cumplir las promesas que hablan de fomentar los pisos de protección oficial, pactar con las promotoras y empresas de construcción el valor de salida de los solares, negociar ventajas fiscales y créditos blandos para los jóvenes y, al mismo tiempo, potenciar otros mercados de inversión más apetecibles que el inmobiliario, un valor seguro en estos tiempos de incertidumbre.
Sobra, pues, esa verborrea institucional de la que únicamente se congratula una elite de compatriotas, propietaria de pisos de no menos de 60 millones de pesetas con jardín propio, pista de "paddel" y seguridad privada.
El derrotismo podrá calar en la psique colectiva pero no impedirá que, con él, arraiguen también la frustración y el descrédito del sistema. El campo está sembrado para que prosperen, entonces, toda clase de radicalismos.

lunes, 5 de mayo de 2003

Lealtades de cine

Lamentaré siempre el día en el que decidí retirar mi apoyo al Séptimo de Caballería y entregárselo de forma inquebrantable a los indios, tan nobles como vulnerables, o aquel otro en el que, llevado por una absurda compasión, me alié secretamente con los soldados del "África Korps", inteligentes y duros pero incapaces de acertar un solo disparo.
El cine es eso: una cuestión de lealtades. Uno, cuando elige el bando que habrá de defender, ignora las terribles consecuencias que tal medida le acarraerá en el futuro. Ocurre que siendo un niño, momento en el que empiezas a establecer ese tipo de simpatías o aversiones, desconoces hasta qué punto es más valioso el arrojo de cuatro impresentables llenos de barras y estrellas pero ninguna neurona que la propia lógica del espectador, quizá porque todavía confías en la justicia y ecuanimidad del guionista o porque aún percibes el mundo como una película de dibujos animados.
Pero he aquí que una mañana despiertas con algunos años de más y descubres, sin embargo, que las mentes de Hollywood siguen ancladas en su estúpido maniqueísmo y que lo que una vez fueron simples rabietas por la victoria de un puñado de arrogantes piratas de pronto se han transformado en pura decepción y escepticismo. No hay más doloroso entonces que ver a los hérores de turno arrastrarse torpemente por un decorado inaudito que dice ser Vietnam o sorprender a un corajudo romano vestido con leotardos de licra y un estupendo reloj de cuarzo en la muñeca.
Desgraciadamente terminas comprendiendo lo inútil que es rebelarse contra aquellas tempranas convicciones que te llevaron a desear que todos los rubiales potentísimos tropezaran a mitad del rodaje con alguna roca de cartón-piedra y fueran sustituidos por el hermano feo de Colombo.
Desde aquella primera vez en que desee que no quedara un solo indio sin vengar arrastro algo más que desconfianza, derrotismo y resignación, convencido de que algún día, como los extras de El Padrino, me veré en la obligación de derrochar un cargador entero antes de que un descerebrado musculoso, un enchufado del Séptimo Arte, aloje su única bala en mi único y preciado culo.
Dirán que exagero pero ¿se imaginan esa misma sensación trasladada al trabajo, a la política, al fútbol, incluso? Lo advierto: díganles siempre a sus hijos quiénes son los "buenos" y quiénes, sobre todo, terminarán ganando en las películas. Se ahorrarán más de un disgusto cuando tengan edad de ver los informativos o de leer los periódicos.

lunes, 7 de abril de 2003

El fin del mundo

No sé qué extraña fuerza, qué péndulo terrible y gigantesco hace que cada mil años se revuelva este planeta ya de por sí convulso. La prueba, como de costumbre, la tenemos en la parrilla de televisión: brujas, magos y otros profesionales de lo oculto asaltan cada noche el espectro local para, a punta de profecías caseras, extender el pavor y la conmoción entre los "masocas" de turno.

Uno se pregunta, a la luz de esas misteriosas gemas del futuro y esos remotos astros del mañana, si el "más allá" no estará más acá de lo que esperamos, si nuestro siglo no tendrá ya grabada en la tapa estratosférica su fecha de caducidad. El saldo telefónico, por desgracia, nunca llega tan lejos como quisiera la operadora del programa correspondiente así que, a falta de respuestas, he de apañarme con los miedos de toda la vida.

Lo admito. No me gustaría que se desinflara de repente el globo y el Apocalipsis me pillara en pelotas, recién levantado, junto a la cafetera; menos aún que apareciera una nave espacial con medio barrio dentro y en feliz huida, cada uno con su billete y caras de afortunados gilipuertas, mientras aquí el menda se calienta las manos con el vapor de la infusión, ajeno al horrible destino que le espera.

Hace sólo un par de años pronosticó Stephen Hawking que un virus terminaría con la raza humana. No dijo ninguno en concreto pero, gracias a científicos como él, o como el que explicó recientemente que el núcleo de la Tierra se está apagando, la Humanidad puede por fin irse tranquila a la cama a soñar con exóticas gripes asiáticas, meteoritos mega estelares y sunamis de lo más guay.

Pienso si no sería mejor enviarlos a todos a presentar anuncios de detergente, como hacen algunos, en lugar de andar por ahí sembrando vientos y clonando al guarda jurado de Waco.

Espero que si la catástrofe me sorprende pueda al menos seguir en directo su retransmisión, ya sea por solidaridad con los analistas de audiencia. Ese día, avísenme, quiero abrir bien los ojos para que nada estropee mis mejores pesadillas.

lunes, 31 de marzo de 2003

Olivia Sabuco

La soledad no es mejor castigo que el silencio y, sin embargo, no falta quienes la prefieran. En ella, escribió Olivia Sabuco de Gante, se halla "lo que muchas veces se pierde en la conversación" aun a riesgo de que lo que se encuentre sea únicamente la locura.
La humanidad ha crecido durante siglos al abrigo de esta máxima. Santos, sabios y poetas revolucionaron el mundo desde su retiro, en compañía sólo de una triste vela, recogidos en el trabajo de su pluma.
Sabuco de Gante nació en Albacete. Su libro, Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre, dedicado a Felipe II, la convirtió en verdadera precursora de la moderna neurocirugía. Ella, por primera vez, enunció la teoría sobre la transmisión de los impulsos cerebrales. Sin embargo, su condición femenina y la supuesta codicia de su progenitor, el famoso "Bachiller Sabuco", terminaron por borrarla de las páginas médicas y por otorgar la paternidad de sus descubrimientos a la escuela renacentista británica.
La Inquisición, además, se encargó de eliminar otra de sus aportaciones, propias sólo de un nuevo genio renacentista: la idea de que para entender la naturaleza del hombre es necesario antes conocer las causas empíricas -alimentación, condiciones ambientales...- que hacen que éste viva y enferme, al margen de las supersticiones medievales.
Cuatrocientos años después de su muerte su nombre nos sigue resultando extraño, ajeno y desconocido a los albaceteños. Tal desatino secular, curiosamente, coincide con un momento clave de nuestra urbe: la inauguración de la Facultad de Medicina y la futura ciudad sanitaria.
Mucho se ha hablado de las oportunidades de crecimiento económico y de bienestar que este recinto habrá de despertar. Políticos, científicos y personalidades de toda índole han bautizado con sus palabras, con sus eruditas conversaciones, las primeras piedras de este gran complejo y, sin embargo, igual que en el peor de los silencios, ninguna de ellas recuerda a Sabuco de Gante.
La fortaleza del cuerpo está indisolublemente unida al espíritu, escribió la intelectual albaceteña desde su terrible soledad histórica. De igual forma, pienso yo, un pueblo sin memoria no puede tener alma y, en consecuencia, no puede tener salud. Sólo le quedarán los templos.

lunes, 24 de marzo de 2003

El ABC socialista

Nada cuanto conocemos es ajeno a las palabras: lo que somos o lo que fuimos. Se aprehende, razona y describe gracias al lenguaje. Cuanto mejor hablamos mejor pensamos y, a la inversa, cuanto más pobre es nuestro vocabulario más simple es la imagen que nos forjamos del mundo.
Los expertos advierten de la capacidad experesiva y de abstracción de los ciudadanos. Sostienen que al ritmo actual de embrutecimiento los matices acabarán desapareciendo, los significados aparecerán mezclados y las frases, acortadas de forma peligrosa, se transformarán en meras interjecciones. Se supone que, así, ya no perderemos el "bus" y disfrutaremos mejor del "finde". El riego, alertan, es el nacimiento de una nueva mayoría de "analfabetos funcionales" desposeída de toda habilidad crítica y relativamente permeable a los mensajes del poder.
En un universo gramatical como éste, configurado a golpe de mensajes de móvil, nuestros políticos municipales tienen excelentes oportunidades de éxito. Pueden, tramquilamente y como si tal cosa, mezclar lo "violento" (duro) con lo "virulento" (dañino), y dar por "explicitado", licencia no bien digerida en castellano, lo que nunca han podido explicar.
Se me ocurre, por ejemplo, la ausencia de García Guerrero en las listas electorales del PSOE. Las causas de su salida no están claras, sobre todo cuando el actual concejal de Urbanismo pasa por ser la verdadera estrella de la legislatura, aunque me temo que algo de podredumbre lingüística hay detrás del asunto.
Afirmó hace unas semanas el alcalde que la actuación de los nuevos candidatos estará guiada por "la ética ilustrada del desinterés", y que su objetivo será hacer de Albacete "una ciudad accesible a todos y de todos modos". El discurso tiene su lógica: las palabras vacuas sólo pueden conducir a ideas más vagas aún a pesar de que éstas estén hechas para cualquier urbe civilizada del planeta.
Son cosas de las legras. García Guerrero, simplemente, se ha caído del vocabulario socialista. No estará en los próximos cmomicios porque la gramáticas de su partido no admite condiciones ni probabilidades. Lo aseguran los que entienden de esto. El subjuntivo, que permite expresar esas opciones futuras, está condenado a extinguirse y ya nada más nos está reservada una única y difícil disyuntiva de presente: estar con los "buenos" o ser aniquilado junto a los "malos".
El concejal "proscrito" quizá se ha equivocado de bando. Seguro que por hablar de Albacete se ha olvidado de la lucha contra el terrorismo o del ritmo de desaceleración económica, temas que tanto gustan en Ferraz.

lunes, 17 de marzo de 2003

Impermanencias

Miserable principio ese que explica que todo, absolutamente todo, está condenado a extinguirse. Les digo esto porque, haciendo válida la teoría, hoy mi teléfono móvil ha expirado. Dice un amigo, que nada entiende de sentimientos y sí mucho de economía, que este tipo de cacharros salen ya de fábrica con algún martillazo de más para que, siguiendo una precisa y secreta fórmula capitalista, acaben pronto en la basura. Curiosa forma de progresar la nuestra.
Los analistas, esas personas del mundo de la diplomacia y las finanzas que todo lo adivinan menos el futuro político del mundo y la evolución de la Bolsa, sostienen que para crecer económicamente hay que "sabotear" la producción y estimular el gasto innecesario y compulsivo. Afirman que hay que fomentar la competencia, como si no tuviéramos ya bastante con la de la oficina, liberalizar los mercados y flexibilizar la mano de obra -espero que no sea la mía, porque hace tiempo que se quedó tonta de tanto rascar el bolsillo-.
Está claro que en este sistema si quieres hacer algo antes tienes que deshacerlo o hacerlo mal y del revés, como bien saben nuestros jefes. Así, por ejemplo, podemos recortar un poco las plantillas de Policía y sustituirlas por escoltas privados, mejor si son expeditivos y están a sueldo de algún ministro-empresario. Luego, cuando la inseguridad ciudadana se haya desbordado, podemos prometer ¡más policías! y esperar a que el Espíritu Santo ilumine otra vez las urnas.
Ahora imaginemos que ese retorcido mecanismo se aplica al ferrocarril. Habrá trenes que descarrilen, por citar algún problemilla aislado, pero, eso sí, siempre nos quedará el argumento del gamberrismo y del sabotaje.
Los ingredientes son fáciles: abrir el sector a la competencia, empezar la disimulada privatización de RENFE, como denuncian los sindicatos del ramo, recortar los gastos de mantenimiento y despedir a funcionarios que, poco más tarde, habremos transformado por arte de magia en jóvenes explotados de una ETT.
La gracia radica en que, desde hace tiempo, la compañía pública cobra a los sufridos ciudadanos una llamada "tasa de seguridad", que este año, además, ha vuelto a incrementarse.
No se lo niego: a veces tengo ganas de imitar a esas lúcidas mentes globalizadas. Lo mismo un día me ven pegando martillazos a su coche y, al día siguiente, aparezco cobrándoles la pintura del arreglo. Eso sí. Prometo no jugar con su seguridad y, menos aún, acoquinarles con el tema del antrax.

El miedo

Amenazan los vecinos del Hospital con impedir la construcción de un centro para ex-toxicómanos en su barrio. Sostienen, con toda la legitimidad del mundo, que si el proyecto se lleva a cabo no estará garantizada ya la seguridad de sus hogares y la de sus propios hijos.
Nada puede recriminárseles. El miedo, como suele decirse, es libre y el suyo me parece tan digno como el de quienes se manifiestan contra un nuevo conflicto en el Golfo Pérsico o el de aquellos que llegan a encadenarse para que no levanten un campo de tiro, un cementerio nuclear o una planta de reciclaje junto a su pueblo.
Muchos de ellos, estoy convencido, son ciudadanos ejemplares. Separan de manera conveniente la basura, apadrinan niños del Tercer Mundo, utilizan bombillas de bajo consumo y, por qué no, subvencionan gustosamente con sus impuestos la presencia de Cascos Azules españoles en el extranjero.
Las gentes del Hospital ignoran que su temor no es suyo. El alma, escribió hace escasos años uno de los codescrubidores del ADN, reside en algún punto de nuestro cerebro, navega entre neuronas empujada por contínuos estímulos químicos. Y puesto que es ella -la conciencia- la que mueve nuestra vida, la que nos hace amar u odiar, disfrutar o padecer, no me extrañaría que el rechazo de los vecinos al centro de inserción tampoco les fuera propio.
La vida, según la ciencia post-académica, no es más que una triste combinación de genes, condiciones ambientales e, incluso, azar.
Me pregunto, a la luz de estos descubrimientos científicos, qué desafortunada fórmula en "ebullición", qué oscura fórmula les habrá llevado a levantar sus protestas. Sospecho que su espíritu, desgraciadamente, ha perdido esa capacidad de saberse uno mismo para transformarse en un objeto más de estudio -frío, anodino, ingrato- de cuantos nutren los departamentos universitarios de neorología.
A mí el miedo de estos vecinos me da pavor ¿Quién dice que un día no seamos otros los que amenacemos la seguridad de sus colegios, jardines y aceras con nuestro simple derecho a recuperar el hálito humano, a rehacernos como ciudadanos de bien?
Espero, si es que aún puedo atribuirme esa potestad, no verlos nunca en el trance de rehacer su existencia, menos áun hundidos por la droga: espero que nunca se encuentren en su camino con albaceteños ejemplares dispuestos a negarles su dignidad, su futuro, su alma.

lunes, 10 de marzo de 2003

Contradicciones

Reconozco que esto de la guerra tiene algo revuelto mi organismo. No sé si será la adrenalina o será una cuestión intestinal. Tan pronto me apetece coger un fusil y ocupar quién sabe cuantos islotes norteagricanos -si es con viento fuerte de Levante, mejor- como pegarme una carrera hasta el excusado, que dirían los finos.
Mi médico, de cuya buena fe no puedo dudar, ha decidido saltarse las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y atiborrarme preventiva y unilateralmente a antibióticos. Me parece a mí que sería suficiente con una simple cura de cama y sueño pero ya se sabe que estas enfermedasdes son de las que juegan a despistar y, además, amenazan la paz y la estabilidad de mi puesto de trabjo, por no hablar de la operatividad del sistema económico.
El problema es preocupante y, sin embargo, temo más los efectos del tratamiento secundario. Piénsenlo. Si se anulan los instintos patrioteros y, a la vez, se suprimen todas las capacidades orgánicas de indignación, gracias a los sobrecitos de las multinacionales farmacéuticas alemanas y estadounidenses, entonces ¿en qué clase de ciudadanos acabamos convertidos? La verdad: no me veo sometido a lobotomía alguna de partido y, menos aún, afilado a las huestes de ningún Imperio "vincitore".
Prefiero quedarme, pues, como estoy, con mis propias contradicciones ético-escatológicas. Por eso me reconforta que el señor Labordeta, diputado de la Chunta, dé rienda suelta también a sus más oscuros impulsos verbales, esos mismos que, como les contaba, me tienen atenazado estos días. Él, que ha entrevistado al paisanaje de meida España y pateado todas las filiaciones nacionales posibles, se permite esa sana costumbre nuestra, mitad castellana, mitad aragonesa, que es mentar a la "mier..." para protestar ante tanta hipocresía y tanta inmoralidad como inunda el Congreso.
No hablaba el buen mochilero de la guerra sino de los innumerables fallos registrados en las pruebas del AVE Madrid-Lérida. Pero para el caso da igual, ya sea porque se dispara el precio de las viviendas, se "escacharran" los petroleros, descarrilan los trenes -sabotajes, claro- o la caza anda últimamente escasa. La culpa, bien lo sabe el ministro de Fomento, Álvarez Cascos, es de los socialistas -y del famoso contubernio de Berlín-.
Por suerte, como sentenció Humphrey Bogart, "siempre nos quedará París".

lunes, 3 de marzo de 2003

Por la Tapia

Más cerca, más próximos. Con ese lema nos anuncia el Gobierno sus buenas intenciones en materia de seguridad ahora que las calles de media España se han convertido en algo así como la avenida principal de Sarajevo: una romería de mafiosos y pistoleros.

Yo no sé si Antonio Peñafiel, el mando defenestrado de la Benemérita en Albacete, estaba tan cercano a sus subordinados como él ha asegurado insistentemente, tan próximo a las inquietudes del cuerpo y de los ciudadanos como reza la publicidad de Interior. Pero lo cierto es que lo fulminante de su relevo ha generado sorpresa. Algunos, incluso, han confesado casi en secreto su indignación.
A mí esta historia no me suena ni bien ni mal aunque, puestos a divagar, me parece que, cuanto menos, ha servido para abrir un nuevo agujero en ese muro de silencio que domina la Institución. No porque las denuncias que le han costado el puesto al señor Peñafiel sean nuevas -abusos laborales, cobro desigual de primas, caciquismo- sino porque proceden de alguien tan autorizado como un teniente coronel, jefe de una Comandancia, y que han alcanzado de lleno a la opinión pública.
Algo, en efecto, parece moverse en los cuarteles. Las mujeres de los agentes, por ejemplo, no dudan ya en criticar las condiciones en las que trabajan sus parejas, por no hablar de los guardias civiles homosexuales, cada vez más activos y menos pudorosos en sus protestas. Ahora bien: el problema es cuestionar ese principio carcelario y tenebroso que reza "con nosotros o contra nosotros", consustancial al funcionamiento interno de las peores familias de este país.
Hay escrita en una pared, junto a las antiguas cocheras de Aviación, al final de la calle Rosario, la frase "Todo por la Tapia". Imagino que su autor no pretendía más que parodiar la patriótica divisa que jalona los edificios de la Benemérita aunque, a la postre y sin saberlo, lo que ha conseguido es resumir a la perfección la ceguera con que la máxima jerarquía del Instituto Armado responde una y otra vez a las demandas de democratización de las nuevas promociones de guardias y de la propia sociedad española.
Dudo que el teniente coronel Peñafiel sufra perturbación mental alguna, circunstancia con la que se ha querido justificar su caída, y, sin embargo, no deja de ser una locura -si lo prefieren un acto de valentía- no haber callado sus denuncias y renunciado así a disfrutar de un cómodo pero humillante destierro.
No estaría de más que ahora diera también explicaciones ante los albaceteños, los principales afectados por este asunto, el que ha sido máximo responsable de la destitución. Hablo del señor López Valdivieso, director general de la Guardia Civil.

lunes, 10 de febrero de 2003

Ora et labora

Ora et labora. Reza y no pares de currar. Amanece una nueva jornada a este lado del "viejo" continente donde nada parece haber cambiado, a esta orilla de la "rancia" Europa donde, como cada lunes, millones de ciudadanos se afanan en hacer bueno eso de "el trabajo hace al hombre libre". El lema, ironías del destino, lo colocaron los nazis a las puertas de Auswitz, quién sabe si interpretando una cita bíblica en la que, cosa extraordinaria, el concepto "libertad" deja paso al más patriótico y conveniente "pan nuestro de cada día" (Génesis, 3.19).
No, no se equivoca el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld. Somos un pueblo "viejo" y "rancio", en el mejor de los sentidos. Cientos de guerras, persecuciones políticas, dictaduras, interminables discusiones teológicas y constantes contagios culturales han conseguido que, a fuerza de equivocarnos, los europeos ya no nos asombremos ante nada, ni siquiera ante la existencia de demonios como Sadam Husein, o que dudemos de todo, como las pruebas que torpemente vomita el Pentágono.
En la prehistórica Iberia hace tiempo que inventamos lo del tiranicidio. Juan de Mariana, ya en el siglo XVI, justificó el crimen contra los monarcas que no convocaran Cortes o se apropiaran indebidamente de los bienes de sus vasallos.
Pero aquí nos tienen, con un Gobierno que no explica nada ante el Parlamento, que apoya guerras sin someterse al escrutinio de los diputados y que usa inmoralmente los fondos de los ciudadanos para mercadear con lo que es nuestro: el reajuste de las pensiones por la desviación del IPC.Y, como verán, no nos alborotamos.
Igual que tampoco se rebelan quienes, como cada lunes, se ven condenados a tomar el sol a las puertas de las oficinas de empleo: 230.000 más que hace un año, según la última encuesta de la EPA.
Dijo un manchego ilustre, también de la escolástica española, que la esclavitud era defendible contra quienes, habiendo inflingido graves pérdidas en un conflicto "justo", acababan con sus huesos en las mazmorras del vencedor.
La guerra, la tiranía, el terrorismo... sólo el humor se renueva a este lado del charco donde hoy, por cierto, celebramos la festividad de Santa Escolástica. Una excelente ocasión para que Bush y los suyos aprendan, leyendo a los clásicos, que ese cuento de la guerra, además de conocido, se nos antoja ya demasiado "viejo" y "rancio" como para ir pregonándolo.

lunes, 3 de febrero de 2003

Casus belli

La guerra es padre de todas las cosas, sentencia Heráclito. Todo lo abarca y todo lo inunda. Más de 30 conflictos armados salpican el mundo, desde África hasta Latinoamérica, con un balance nada esperanzador. Sólo en Colombia la vieolencia guerrrillera se ha cobrado más de 50.000 muertos. La "pax americana" que nos prometieron los expertos cuando cayó el muro de Berlín tiene sus propios números: hoy, según la ONU, uno de cada 269 habitantes del planeta es un refugiado.

La guerra, sin saberlo, se ha convertido en nuestra inserparable compañera. Allí va, hecha sombra de nuestra sombra, firmemente anclada en el subconsciente colectivo, dibujada de mil formas en cada uno de nuestros rostros.
Explica Lula, el presidente de Brasil, que su guerra es el hambre y la pobreza. No es la de Bush o Aznar, que parecen ignorar la misera del pueblo iraquí, ni esa otra, por supuesto, que se dice "contra el SIDA o contra el cáncer" en los hospitales. Tampoco es la de los medios de comunicación, con sus propios altares, enfrentamientos y disputas, ni la de los accidentes y la explotación laboral, o la de quienes protestan frente a la privatización de la Enseñanza y la destrucción del Medio Ambiente.
Pero ahí está, escondida tras el sofá, en el desayuno, a la vuelta de la esquina, entre los anuncios hipnotizantes de calefacción esperando que surja un inmigrante, un toxicómano o un parado a quien acusar de llevarse la sopa boba, que diría el Gobierno.
Como contaba un reciente documental "hasta dan ganas de decir que la guerra es bonita, coño". Uno piensa que, igual que esos veteranos de Vietnam, si te haces a ella ya no hay vuelta atrás. Tienes mono.
Se habla ahora, y sólo ahora que hay elecciones, de la calidad del Júcar, del mál estado de los pozos, de la necesidad de beber de botella. La demagogia, como ese veneno que corre por los grifos de Albacete, es un poderoso arma de destrucción masiva.
Sólo así se entiende que mientras nuestras conciencas duermen tranquilas en su "no a la guerra" nuestros votos sirvan para alimentar millones y millones de bombas de todo el mundo. Una de ellas, por qué no, podrá estar reposando en estos momentos dentro de su inocente vaso de agua.

lunes, 27 de enero de 2003

Con segundas

Cuentan las crónicas que Almírcar Barca fue víctima de una ingeniosa treta: su rival, un poderoso jefe ibero, lanzó contra sus tropas cientos de bueyes con teas prendidas en los testuces. Fue así como el militar cartaginés, que nada sabía de tauromaquia, cayó muerto en el primer encierro reconocido de la Península, en nuestra actual Elche de la Sierra, que de ahí se autoproclama cuna de los encierros.
El candidato del Partido Popular a la Presidencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Adolfo Suárez Illana, que algo dice saber del arte de Cúchares, anda estos días preocupado por el precio del suelo. Por eso, imagino que de buena fe, propone ahora que la administración subvencione la compra de una segunda vivienda en las zonas rurales para que los inmuebles no caigan en el abandono. Deja claro, cuando menos, que Madrid tiene otra sensibilidad para estas cosas y corrobora lo dicho por el ministro de Fomento: que nos sobra el dinero.
En Castilla-La Mancha, donde nuestra calidad de vida es menor, según un anuario, el problema se ve de otra manera a como puede verse en la capital de España. Aquí, una familia media debe destinar el 33,5 por ciento de sus ingresos a la compra de un piso y los jóvenes, víctimas de la precariedad laboral, deben aguardar a ser abuelos para dejar el hogar de sus padres.
En nuestra región, como en el resto de España, hubo un tiempo en que el porcentaje de viviendas protegidas alcanzaba el sesenta por ciento, frente al diez por ciento actual, y las instituciones públicas no utilizaban los terrenos de RENFE o Defensa para sacar tajada.
Las ideas de Génova, no se nos escapan, son muy populares. Defendía recientemente el ministro del ramo, Francisco Álvarez-Cascos, que para abaratar el suelo es preciso construir más, de forma más rápida y sin menos contemplaciones burocráticas. Apostaba, en definitiva, por continuar con la política neoliberalista de los últimos siente años.
Seguramente, el candidato Adolfo Suárez Illana valoraría adecuadamente que los ciudadanos le entraran a la propuesta, incluidos los de su propio partido. Pero olvida que al toro, al menos en esta tierra, ha de agarrarlo por los cuernos.

lunes, 20 de enero de 2003

Que llueva café

Apostaba Zapatero en su mitin de Guadalajara por devolver la política a los españoles. Denunciaba, con razón, el intento sistemático (o del sistema) de apartar a los ciudadanos de los foros de participación democrática con el único y tenebroso fin de reducirlos a la condición de simples electores.
Pedía, por ello, que junto al consabido voto comenzáramos a exigir a partir de ahora a alcades, diputados y ministros esa parcela de poder a la que un día dócilmente renunciamos, quién sabe si en plena emisión de "Gran Hermano", "Operación Triunfo" o los Telediarios de La Primera.
Manuel Pérez Castell tenía ocasión en tiempo reciente de anunciar a bombo y platillo las últimas iniciativas "solidarias" y "participativas" de su gabinete. Presumía, con o sin motivo, de haber convertido nuestro Consistorio en ese Porto Alegre europeo y divertido al que tanto aspiran los escépticos de la maquinaria institucional.
Sin embargo, y no es por estropearle el discurso a nuestro munícipe por antonomasia -que diría Cuerda- se me antoja lejana la hora en que los albaceteños podamos decir de verdad, con voz clara e independiente, qué es lo que queremos.
Da a veces la impresión -sólo la impresión- de que nuestros barrios fueran esas urbanizaciones tan monas de prefabricados que cualquiera puede traerse ya hechos y montados de fuera. El peligro del maná, igual que los proyectos que ahora se nos presentan, es que dejen de brotar porque a la deidad de turno no se le han hecho las reverencias necesarias o porque se le han pedido cuentas de dónde, cómo y cuándo va a dejar caer tan preciado elemento.
En estos casos -diría Zapatero- hay que exigir un debate público y abierto a nuestros políticos. Y no es que dudemos de las intenciones de estos, o en el peor de los casos, que no nos los creamos, es que queremos y tenemos derecho a conocerlas.
Nadie en sus cabales espantaría las nubes cuando el campo hace años que está yermo pero no estaría de más que alguien invitara a los ciudadanos a explicar sinceramente si necesitan un Jardín Botánico o un Parque Científico y Tecnológico, o, cuando menos, a realizar sugerencias sobre cómo llevar a cabo estos proyectos, a mi juicio interesantes.
Para contestar a si queremos más aparcamientos y más jardines nos sobran desde hace tiempo las respuestas. Yo, por el momento, tomaré la palabra a Zapatero y empezaré a ejercitar algo que tanto pedía en Guadalajara: espíritu crítico.

lunes, 13 de enero de 2003

Vientos del pueblo

Pocas capitales afrontan el nuevo año con retos tan importantes como la nuestra. El impulso determinante a proyectos claves como el aeropuerto o el AVE y la creación de nuevos centros económicos como el Palacio de Congresos, el Parque Científico Tecnológico o la Ciudad del Transporte constribuirán, sin dudas, a aumentar la pujanza de la ciudad.
Sin embargo, el mayor reto que tiene delante Albacete es el de redefinir su propia apariencia para adaptarse a necesidades hoy incipientes pero ineludibles en un futuro próximo. Se impone, así, la idea de una urbe moderna, abierta a nuevas concepciones urbanísticas y preparada para su definitiva explosión demográfica.
La recuperación de espacios hasta ahora perdidos, tal es el caso de la Circunvalación, La Pulgosa y la Fábrica de Harinas, demuestran no sólo la envergadura de la tarea sino la urgencia de estar preparados para el cambio.
A nadie escapa que el proceso de transferencias a la región exigirá servicios hasta ahora inexistentes, entre ellos los que habrá de dar a luz la Facultad de Medicina; o que fenómenos ya en marcha como la inmigración, el envejecimiento poblacional, el descenso de universitarios o la incapacidad para atender a nuestros menores, requerirán de otra sensibilidad, por no hablar de más dotaciones.
La oportunidad, asimismo, exige planteamientos cuanto menos originales para hacer que las nuevas zonas de expansión urbanística, mal concebidas como simples áreas de residencia, participen activiamente en el desarrollo económico de la ciudad y no limiten su crecimiento.Pieza básica de esa silenciosa revolución habrá de ser el diseño de una amplia y ancha red viaria, preparada para soportar mayor volumen circulatarorio del extrarradio, y el fomento de medios de transporte alternativos, como el carril bici
.Todo ello, por supuesto, tendrá que ir unido a una gestión medioambiental más comprometida, como anticipa la creación del llamado cinturón verde, el centro de tratamiento de resíduos sólidos y el futuro Jardín Botánico.La cita precisa de imaginación, valentía y diálogo.
La ciudad que queremos debe nacer de un gran pacto social, político y empresarial para que cada barrio, cada calle, sean fiel reflejo de esa gran empresa colectiva que ahora acometemos.

Vientos del pueblo

Pocas capitales afrontan el nuevo año con retos tan importantes como la nuestra. El impulso determinante a proyectos claves como el aeropuerto o el AVE y la creación de nuevos centros económicos como el Palacio de Congresos, el Parque Científico Tecnológico o la Ciudad del Transporte constribuirán, sin dudas, a aumentar la pujanza de la ciudad.
Sin embargo, el mayor reto que tiene delante Albacete es el de redefinir su propia apariencia para adaptarse a necesidades hoy incipientes pero ineludibles en un futuro próximo. Se impone, así, la idea de una urbe moderna, abierta a nuevas concepciones urbanísticas y preparada para su definitiva explosión demográfica.
La recuperación de espacios hasta ahora perdidos, tal es el caso de la Circunvalación, La Pulgosa y la Fábrica de Harinas, demuestran no sólo la envergadura de la tarea sino la urgencia de estar preparados para el cambio.
A nadie escapa que el proceso de transferencias a la región exigirá servicios hasta ahora inexistentes, entre ellos los que habrá de dar a luz la Facultad de Medicina; o que fenómenos ya en marcha como la inmigración, el envejecimiento poblacional, el descenso de universitarios o la incapacidad para atender a nuestros menores, requerirán de otra sensibilidad, por no hablar de más dotaciones.
La oportunidad, asimismo, exige planteamientos cuanto menos originales para hacer que las nuevas zonas de expansión urbanística, mal concebidas como simples áreas de residencia, participen activiamente en el desarrollo económico de la ciudad y no limiten su crecimiento.Pieza básica de esa silenciosa revolución habrá de ser el diseño de una amplia y ancha red viaria, preparada para soportar mayor volumen circulatarorio del extrarradio, y el fomento de medios de transporte alternativos, como el carril bici
.Todo ello, por supuesto, tendrá que ir unido a una gestión medioambiental más comprometida, como anticipa la creación del llamado cinturón verde, el centro de tratamiento de resíduos sólidos y el futuro Jardín Botánico.La cita precisa de imaginación, valentía y diálogo.
La ciudad que queremos debe nacer de un gran pacto social, político y empresarial para que cada barrio, cada calle, sean fiel reflejo de esa gran empresa colectiva que ahora acometemos.

Colaboraciones