lunes, 3 de febrero de 2003

Casus belli

La guerra es padre de todas las cosas, sentencia Heráclito. Todo lo abarca y todo lo inunda. Más de 30 conflictos armados salpican el mundo, desde África hasta Latinoamérica, con un balance nada esperanzador. Sólo en Colombia la vieolencia guerrrillera se ha cobrado más de 50.000 muertos. La "pax americana" que nos prometieron los expertos cuando cayó el muro de Berlín tiene sus propios números: hoy, según la ONU, uno de cada 269 habitantes del planeta es un refugiado.

La guerra, sin saberlo, se ha convertido en nuestra inserparable compañera. Allí va, hecha sombra de nuestra sombra, firmemente anclada en el subconsciente colectivo, dibujada de mil formas en cada uno de nuestros rostros.
Explica Lula, el presidente de Brasil, que su guerra es el hambre y la pobreza. No es la de Bush o Aznar, que parecen ignorar la misera del pueblo iraquí, ni esa otra, por supuesto, que se dice "contra el SIDA o contra el cáncer" en los hospitales. Tampoco es la de los medios de comunicación, con sus propios altares, enfrentamientos y disputas, ni la de los accidentes y la explotación laboral, o la de quienes protestan frente a la privatización de la Enseñanza y la destrucción del Medio Ambiente.
Pero ahí está, escondida tras el sofá, en el desayuno, a la vuelta de la esquina, entre los anuncios hipnotizantes de calefacción esperando que surja un inmigrante, un toxicómano o un parado a quien acusar de llevarse la sopa boba, que diría el Gobierno.
Como contaba un reciente documental "hasta dan ganas de decir que la guerra es bonita, coño". Uno piensa que, igual que esos veteranos de Vietnam, si te haces a ella ya no hay vuelta atrás. Tienes mono.
Se habla ahora, y sólo ahora que hay elecciones, de la calidad del Júcar, del mál estado de los pozos, de la necesidad de beber de botella. La demagogia, como ese veneno que corre por los grifos de Albacete, es un poderoso arma de destrucción masiva.
Sólo así se entiende que mientras nuestras conciencas duermen tranquilas en su "no a la guerra" nuestros votos sirvan para alimentar millones y millones de bombas de todo el mundo. Una de ellas, por qué no, podrá estar reposando en estos momentos dentro de su inocente vaso de agua.

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