lunes, 10 de marzo de 2003

Contradicciones

Reconozco que esto de la guerra tiene algo revuelto mi organismo. No sé si será la adrenalina o será una cuestión intestinal. Tan pronto me apetece coger un fusil y ocupar quién sabe cuantos islotes norteagricanos -si es con viento fuerte de Levante, mejor- como pegarme una carrera hasta el excusado, que dirían los finos.
Mi médico, de cuya buena fe no puedo dudar, ha decidido saltarse las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y atiborrarme preventiva y unilateralmente a antibióticos. Me parece a mí que sería suficiente con una simple cura de cama y sueño pero ya se sabe que estas enfermedasdes son de las que juegan a despistar y, además, amenazan la paz y la estabilidad de mi puesto de trabjo, por no hablar de la operatividad del sistema económico.
El problema es preocupante y, sin embargo, temo más los efectos del tratamiento secundario. Piénsenlo. Si se anulan los instintos patrioteros y, a la vez, se suprimen todas las capacidades orgánicas de indignación, gracias a los sobrecitos de las multinacionales farmacéuticas alemanas y estadounidenses, entonces ¿en qué clase de ciudadanos acabamos convertidos? La verdad: no me veo sometido a lobotomía alguna de partido y, menos aún, afilado a las huestes de ningún Imperio "vincitore".
Prefiero quedarme, pues, como estoy, con mis propias contradicciones ético-escatológicas. Por eso me reconforta que el señor Labordeta, diputado de la Chunta, dé rienda suelta también a sus más oscuros impulsos verbales, esos mismos que, como les contaba, me tienen atenazado estos días. Él, que ha entrevistado al paisanaje de meida España y pateado todas las filiaciones nacionales posibles, se permite esa sana costumbre nuestra, mitad castellana, mitad aragonesa, que es mentar a la "mier..." para protestar ante tanta hipocresía y tanta inmoralidad como inunda el Congreso.
No hablaba el buen mochilero de la guerra sino de los innumerables fallos registrados en las pruebas del AVE Madrid-Lérida. Pero para el caso da igual, ya sea porque se dispara el precio de las viviendas, se "escacharran" los petroleros, descarrilan los trenes -sabotajes, claro- o la caza anda últimamente escasa. La culpa, bien lo sabe el ministro de Fomento, Álvarez Cascos, es de los socialistas -y del famoso contubernio de Berlín-.
Por suerte, como sentenció Humphrey Bogart, "siempre nos quedará París".

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