lunes, 31 de marzo de 2003

Olivia Sabuco

La soledad no es mejor castigo que el silencio y, sin embargo, no falta quienes la prefieran. En ella, escribió Olivia Sabuco de Gante, se halla "lo que muchas veces se pierde en la conversación" aun a riesgo de que lo que se encuentre sea únicamente la locura.
La humanidad ha crecido durante siglos al abrigo de esta máxima. Santos, sabios y poetas revolucionaron el mundo desde su retiro, en compañía sólo de una triste vela, recogidos en el trabajo de su pluma.
Sabuco de Gante nació en Albacete. Su libro, Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre, dedicado a Felipe II, la convirtió en verdadera precursora de la moderna neurocirugía. Ella, por primera vez, enunció la teoría sobre la transmisión de los impulsos cerebrales. Sin embargo, su condición femenina y la supuesta codicia de su progenitor, el famoso "Bachiller Sabuco", terminaron por borrarla de las páginas médicas y por otorgar la paternidad de sus descubrimientos a la escuela renacentista británica.
La Inquisición, además, se encargó de eliminar otra de sus aportaciones, propias sólo de un nuevo genio renacentista: la idea de que para entender la naturaleza del hombre es necesario antes conocer las causas empíricas -alimentación, condiciones ambientales...- que hacen que éste viva y enferme, al margen de las supersticiones medievales.
Cuatrocientos años después de su muerte su nombre nos sigue resultando extraño, ajeno y desconocido a los albaceteños. Tal desatino secular, curiosamente, coincide con un momento clave de nuestra urbe: la inauguración de la Facultad de Medicina y la futura ciudad sanitaria.
Mucho se ha hablado de las oportunidades de crecimiento económico y de bienestar que este recinto habrá de despertar. Políticos, científicos y personalidades de toda índole han bautizado con sus palabras, con sus eruditas conversaciones, las primeras piedras de este gran complejo y, sin embargo, igual que en el peor de los silencios, ninguna de ellas recuerda a Sabuco de Gante.
La fortaleza del cuerpo está indisolublemente unida al espíritu, escribió la intelectual albaceteña desde su terrible soledad histórica. De igual forma, pienso yo, un pueblo sin memoria no puede tener alma y, en consecuencia, no puede tener salud. Sólo le quedarán los templos.

lunes, 24 de marzo de 2003

El ABC socialista

Nada cuanto conocemos es ajeno a las palabras: lo que somos o lo que fuimos. Se aprehende, razona y describe gracias al lenguaje. Cuanto mejor hablamos mejor pensamos y, a la inversa, cuanto más pobre es nuestro vocabulario más simple es la imagen que nos forjamos del mundo.
Los expertos advierten de la capacidad experesiva y de abstracción de los ciudadanos. Sostienen que al ritmo actual de embrutecimiento los matices acabarán desapareciendo, los significados aparecerán mezclados y las frases, acortadas de forma peligrosa, se transformarán en meras interjecciones. Se supone que, así, ya no perderemos el "bus" y disfrutaremos mejor del "finde". El riego, alertan, es el nacimiento de una nueva mayoría de "analfabetos funcionales" desposeída de toda habilidad crítica y relativamente permeable a los mensajes del poder.
En un universo gramatical como éste, configurado a golpe de mensajes de móvil, nuestros políticos municipales tienen excelentes oportunidades de éxito. Pueden, tramquilamente y como si tal cosa, mezclar lo "violento" (duro) con lo "virulento" (dañino), y dar por "explicitado", licencia no bien digerida en castellano, lo que nunca han podido explicar.
Se me ocurre, por ejemplo, la ausencia de García Guerrero en las listas electorales del PSOE. Las causas de su salida no están claras, sobre todo cuando el actual concejal de Urbanismo pasa por ser la verdadera estrella de la legislatura, aunque me temo que algo de podredumbre lingüística hay detrás del asunto.
Afirmó hace unas semanas el alcalde que la actuación de los nuevos candidatos estará guiada por "la ética ilustrada del desinterés", y que su objetivo será hacer de Albacete "una ciudad accesible a todos y de todos modos". El discurso tiene su lógica: las palabras vacuas sólo pueden conducir a ideas más vagas aún a pesar de que éstas estén hechas para cualquier urbe civilizada del planeta.
Son cosas de las legras. García Guerrero, simplemente, se ha caído del vocabulario socialista. No estará en los próximos cmomicios porque la gramáticas de su partido no admite condiciones ni probabilidades. Lo aseguran los que entienden de esto. El subjuntivo, que permite expresar esas opciones futuras, está condenado a extinguirse y ya nada más nos está reservada una única y difícil disyuntiva de presente: estar con los "buenos" o ser aniquilado junto a los "malos".
El concejal "proscrito" quizá se ha equivocado de bando. Seguro que por hablar de Albacete se ha olvidado de la lucha contra el terrorismo o del ritmo de desaceleración económica, temas que tanto gustan en Ferraz.

lunes, 17 de marzo de 2003

Impermanencias

Miserable principio ese que explica que todo, absolutamente todo, está condenado a extinguirse. Les digo esto porque, haciendo válida la teoría, hoy mi teléfono móvil ha expirado. Dice un amigo, que nada entiende de sentimientos y sí mucho de economía, que este tipo de cacharros salen ya de fábrica con algún martillazo de más para que, siguiendo una precisa y secreta fórmula capitalista, acaben pronto en la basura. Curiosa forma de progresar la nuestra.
Los analistas, esas personas del mundo de la diplomacia y las finanzas que todo lo adivinan menos el futuro político del mundo y la evolución de la Bolsa, sostienen que para crecer económicamente hay que "sabotear" la producción y estimular el gasto innecesario y compulsivo. Afirman que hay que fomentar la competencia, como si no tuviéramos ya bastante con la de la oficina, liberalizar los mercados y flexibilizar la mano de obra -espero que no sea la mía, porque hace tiempo que se quedó tonta de tanto rascar el bolsillo-.
Está claro que en este sistema si quieres hacer algo antes tienes que deshacerlo o hacerlo mal y del revés, como bien saben nuestros jefes. Así, por ejemplo, podemos recortar un poco las plantillas de Policía y sustituirlas por escoltas privados, mejor si son expeditivos y están a sueldo de algún ministro-empresario. Luego, cuando la inseguridad ciudadana se haya desbordado, podemos prometer ¡más policías! y esperar a que el Espíritu Santo ilumine otra vez las urnas.
Ahora imaginemos que ese retorcido mecanismo se aplica al ferrocarril. Habrá trenes que descarrilen, por citar algún problemilla aislado, pero, eso sí, siempre nos quedará el argumento del gamberrismo y del sabotaje.
Los ingredientes son fáciles: abrir el sector a la competencia, empezar la disimulada privatización de RENFE, como denuncian los sindicatos del ramo, recortar los gastos de mantenimiento y despedir a funcionarios que, poco más tarde, habremos transformado por arte de magia en jóvenes explotados de una ETT.
La gracia radica en que, desde hace tiempo, la compañía pública cobra a los sufridos ciudadanos una llamada "tasa de seguridad", que este año, además, ha vuelto a incrementarse.
No se lo niego: a veces tengo ganas de imitar a esas lúcidas mentes globalizadas. Lo mismo un día me ven pegando martillazos a su coche y, al día siguiente, aparezco cobrándoles la pintura del arreglo. Eso sí. Prometo no jugar con su seguridad y, menos aún, acoquinarles con el tema del antrax.

El miedo

Amenazan los vecinos del Hospital con impedir la construcción de un centro para ex-toxicómanos en su barrio. Sostienen, con toda la legitimidad del mundo, que si el proyecto se lleva a cabo no estará garantizada ya la seguridad de sus hogares y la de sus propios hijos.
Nada puede recriminárseles. El miedo, como suele decirse, es libre y el suyo me parece tan digno como el de quienes se manifiestan contra un nuevo conflicto en el Golfo Pérsico o el de aquellos que llegan a encadenarse para que no levanten un campo de tiro, un cementerio nuclear o una planta de reciclaje junto a su pueblo.
Muchos de ellos, estoy convencido, son ciudadanos ejemplares. Separan de manera conveniente la basura, apadrinan niños del Tercer Mundo, utilizan bombillas de bajo consumo y, por qué no, subvencionan gustosamente con sus impuestos la presencia de Cascos Azules españoles en el extranjero.
Las gentes del Hospital ignoran que su temor no es suyo. El alma, escribió hace escasos años uno de los codescrubidores del ADN, reside en algún punto de nuestro cerebro, navega entre neuronas empujada por contínuos estímulos químicos. Y puesto que es ella -la conciencia- la que mueve nuestra vida, la que nos hace amar u odiar, disfrutar o padecer, no me extrañaría que el rechazo de los vecinos al centro de inserción tampoco les fuera propio.
La vida, según la ciencia post-académica, no es más que una triste combinación de genes, condiciones ambientales e, incluso, azar.
Me pregunto, a la luz de estos descubrimientos científicos, qué desafortunada fórmula en "ebullición", qué oscura fórmula les habrá llevado a levantar sus protestas. Sospecho que su espíritu, desgraciadamente, ha perdido esa capacidad de saberse uno mismo para transformarse en un objeto más de estudio -frío, anodino, ingrato- de cuantos nutren los departamentos universitarios de neorología.
A mí el miedo de estos vecinos me da pavor ¿Quién dice que un día no seamos otros los que amenacemos la seguridad de sus colegios, jardines y aceras con nuestro simple derecho a recuperar el hálito humano, a rehacernos como ciudadanos de bien?
Espero, si es que aún puedo atribuirme esa potestad, no verlos nunca en el trance de rehacer su existencia, menos áun hundidos por la droga: espero que nunca se encuentren en su camino con albaceteños ejemplares dispuestos a negarles su dignidad, su futuro, su alma.

lunes, 10 de marzo de 2003

Contradicciones

Reconozco que esto de la guerra tiene algo revuelto mi organismo. No sé si será la adrenalina o será una cuestión intestinal. Tan pronto me apetece coger un fusil y ocupar quién sabe cuantos islotes norteagricanos -si es con viento fuerte de Levante, mejor- como pegarme una carrera hasta el excusado, que dirían los finos.
Mi médico, de cuya buena fe no puedo dudar, ha decidido saltarse las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y atiborrarme preventiva y unilateralmente a antibióticos. Me parece a mí que sería suficiente con una simple cura de cama y sueño pero ya se sabe que estas enfermedasdes son de las que juegan a despistar y, además, amenazan la paz y la estabilidad de mi puesto de trabjo, por no hablar de la operatividad del sistema económico.
El problema es preocupante y, sin embargo, temo más los efectos del tratamiento secundario. Piénsenlo. Si se anulan los instintos patrioteros y, a la vez, se suprimen todas las capacidades orgánicas de indignación, gracias a los sobrecitos de las multinacionales farmacéuticas alemanas y estadounidenses, entonces ¿en qué clase de ciudadanos acabamos convertidos? La verdad: no me veo sometido a lobotomía alguna de partido y, menos aún, afilado a las huestes de ningún Imperio "vincitore".
Prefiero quedarme, pues, como estoy, con mis propias contradicciones ético-escatológicas. Por eso me reconforta que el señor Labordeta, diputado de la Chunta, dé rienda suelta también a sus más oscuros impulsos verbales, esos mismos que, como les contaba, me tienen atenazado estos días. Él, que ha entrevistado al paisanaje de meida España y pateado todas las filiaciones nacionales posibles, se permite esa sana costumbre nuestra, mitad castellana, mitad aragonesa, que es mentar a la "mier..." para protestar ante tanta hipocresía y tanta inmoralidad como inunda el Congreso.
No hablaba el buen mochilero de la guerra sino de los innumerables fallos registrados en las pruebas del AVE Madrid-Lérida. Pero para el caso da igual, ya sea porque se dispara el precio de las viviendas, se "escacharran" los petroleros, descarrilan los trenes -sabotajes, claro- o la caza anda últimamente escasa. La culpa, bien lo sabe el ministro de Fomento, Álvarez Cascos, es de los socialistas -y del famoso contubernio de Berlín-.
Por suerte, como sentenció Humphrey Bogart, "siempre nos quedará París".

lunes, 3 de marzo de 2003

Por la Tapia

Más cerca, más próximos. Con ese lema nos anuncia el Gobierno sus buenas intenciones en materia de seguridad ahora que las calles de media España se han convertido en algo así como la avenida principal de Sarajevo: una romería de mafiosos y pistoleros.

Yo no sé si Antonio Peñafiel, el mando defenestrado de la Benemérita en Albacete, estaba tan cercano a sus subordinados como él ha asegurado insistentemente, tan próximo a las inquietudes del cuerpo y de los ciudadanos como reza la publicidad de Interior. Pero lo cierto es que lo fulminante de su relevo ha generado sorpresa. Algunos, incluso, han confesado casi en secreto su indignación.
A mí esta historia no me suena ni bien ni mal aunque, puestos a divagar, me parece que, cuanto menos, ha servido para abrir un nuevo agujero en ese muro de silencio que domina la Institución. No porque las denuncias que le han costado el puesto al señor Peñafiel sean nuevas -abusos laborales, cobro desigual de primas, caciquismo- sino porque proceden de alguien tan autorizado como un teniente coronel, jefe de una Comandancia, y que han alcanzado de lleno a la opinión pública.
Algo, en efecto, parece moverse en los cuarteles. Las mujeres de los agentes, por ejemplo, no dudan ya en criticar las condiciones en las que trabajan sus parejas, por no hablar de los guardias civiles homosexuales, cada vez más activos y menos pudorosos en sus protestas. Ahora bien: el problema es cuestionar ese principio carcelario y tenebroso que reza "con nosotros o contra nosotros", consustancial al funcionamiento interno de las peores familias de este país.
Hay escrita en una pared, junto a las antiguas cocheras de Aviación, al final de la calle Rosario, la frase "Todo por la Tapia". Imagino que su autor no pretendía más que parodiar la patriótica divisa que jalona los edificios de la Benemérita aunque, a la postre y sin saberlo, lo que ha conseguido es resumir a la perfección la ceguera con que la máxima jerarquía del Instituto Armado responde una y otra vez a las demandas de democratización de las nuevas promociones de guardias y de la propia sociedad española.
Dudo que el teniente coronel Peñafiel sufra perturbación mental alguna, circunstancia con la que se ha querido justificar su caída, y, sin embargo, no deja de ser una locura -si lo prefieren un acto de valentía- no haber callado sus denuncias y renunciado así a disfrutar de un cómodo pero humillante destierro.
No estaría de más que ahora diera también explicaciones ante los albaceteños, los principales afectados por este asunto, el que ha sido máximo responsable de la destitución. Hablo del señor López Valdivieso, director general de la Guardia Civil.

Colaboraciones