miércoles, 29 de septiembre de 1999

El fin

A veces, a mitad de la noche, me despierto sobresaltado de algún extraño sueño. Sudoroso y pálido tengo entonces que ir al espejo más cercano para comprobar que todo sigue igual, que el mundo todavía no se ha acabado.

En ocasiones, en lugar de ir al lavabo opto por asomarme a la ventana en busca del paisaje con el que llevo años conviviendo: los árboles alineados a ambos lados de la calle, uno enfrente del otro, como autómatas, los pasos de peatones siempre a medio borrar y los semáforos alumbrando las esquinas con su triste parpadeo.

Desde mi cuarto es imposible contemplar las estrellas, ya que desde él sólo se alcanzan a ver los últimos pisos, y para divisar el cielo tendrían que haber inclinado hacia atrás, no menos de cuarenta y cinco grados, todo el edificio.

Y estos escenarios, a su manera, el cuarto de baño y la calle, tienen su significado. Los dos me recuerdan de noche en noche, cuando me levanto asustado de alguna pesadilla, que mi vida, aquello que yo soy, aquello que me rodea, no es más que un cúmulo de sensaciones breves y sencillas. Y con esa imagen vuelvo tranquilo a mi cama para tratar de conciliar de nuevo el sueño.

De igual forma creo que los hombres, con demasiada frecuencia, nos esforzamos en inventarnos de las baldosas, de los muros de nuestra existencia, preguntas definitivas a un mundo sin respuestas.

Por esa razón, las guerras, los crímenes, los asesinatos, las injusticias y las contradicciones que, en definitiva, marcan nuestro camino por el mundo únicamente nos muestran la medida de nosotros mismos. Son el reflejo en el espejo, la imagen apocalíptica de un planeta que cada noche se levanta sobresaltado y al día siguiente, aunque dormido, se siente feliz y alegre. Y eso es quizá lo más importante.

Un saludo y hasta nunca.

lunes, 16 de agosto de 1999

Totalitarismos

En la adversidad, en las dificultades, es donde el ser humano muestra su verdadera talla moral, sus miserias y toda su magnificiencia. Es en la contrariedad donde el hombre expresa con mayor sinceridad e intensidad sus emociones y es, por tanto, en las peores circunstancias donde un simple gesto, una palabra, alcanzan mayor trascendencia.

Ahora bien. En sociedades democráticas como la nuestra, donde las diferencias ideológicas, económicas y culturales se integran de forma armónica -salvo excepciones- bajo un aparente clima de diálogo y entendimiento, valores como la amistad, la familia o el amor acaban perdiendo gran parte de su significado.

A nadie se le escapa que, en un medio hostil, la formación de este tipo de vínculos afectivos y protectores es más que necesaria, como así demuestra el comportamiento casi sectario de algunos grupos marginales o de escasa integración social.

Pero esa misma necesidad se diluye a medida que el desarrollo nos exige mayores dosis de individualismo, respuestas cada vez más concretas y específicas. A cambio de una supuesta independencia, reducimos nuestra capacidad de comunicación a esferas limitadas de la vida tales como el colegio o el trabajo.

Esa falta de experiencia dialogante y esa carencia de participación social generan, por tanto, una falsa cultura de respeto hacia aquellos que discrepan de nuestras opiniones. Lo que en un principio parece no tener importancia, de forma sutil e inconsciente acaba convirtiéndose en una verdadera dictadura de lo cotidiano.

El día a día disimula pequeños comportamientos autoritarios que, en definitiva, terminan por crear un mundo a nuestro antojo, en el que los demócratas sinceros y tolerantes pierden su anónimo refugio.

Y mientras la sombra del progresismo se hace cada vez más obscura, el silencio ocupa las tertulias radiofónicas y los psicólogos aumentan su clientela.

domingo, 8 de agosto de 1999

Mitos

Toda cultura tiene rasgos característicos que la definen y la diferencian de las demás. No se trata de una cuestión meramente histórica, lingüística o artística, sino de algo aún más profundo: sus mitos.

Es cierto que una guerra larga y costosa, por ejemplo, puede acabar marcando para siempre la conciencia de una comunidad determinada. Sin embargo, lo que hace de ese fenómeno un elemento cultural diferenciador no es su existencia, sino la percepción que de ella se tiene. Es más. Puede darse el caso de que esa catarsis colectiva, como en su día fue para nuestro país la guerra de Cuba, sea capaz de generar nueva sabia artística e intelectual a partir de percepciones erróneas o mediatizadas.

El loco no se siente como tal hasta que no lo reconoce, al igual que el soldado no se siente derrotado mientras crea que la victoria es su supervivencia (el germen del nacionalismo serbio es precisamente una derrota).

Un cúmulo de prejucios históricos y la apelación a los viejos mitos y estereotipos es lo que hace que los individuos introduzcan valores y pautas de comportamiento en su cultura profundamente anclados en el pasado y que nada tienen que ver con la realidad. El mito es un acontecimiento cultural colectivo que, en clave mágica y simbólica, resume y aglutina el sentir de una comunidad en un momento dado.

Sin embargo, como las circunstancias cambian, las generaciones futuras heredan mitos y conductas que ya no sirven para explicar el muno presente pero sí para influir en él. Desde tiempos lejanos, la mujer ha representado la idea de la belleza, la de la sensualidad pero también la del pecado y la lujuria. Un mito que perpetúa el más hispano de los machismos.

domingo, 1 de agosto de 1999

Fumadores

Fumar ha sido, durante siglos, un placer y un rito. Gran parte de las culturas descubiertas por los españoles a su llegada al Nuevo Mundo recurrían al tabaco con fines iniciáticos, en la creencia de que su uso, mezclado con otras substancias, garantizaba un contacto directo con los antepasados.

De hecho, en algunas comunidades amazónicas, el rito de fumar constituye, todavía hoy, un instrumento fundamental de cohesión e integración social.

Un papel distinto juega el tabaco en nuestra sociedad. Su consumo, incentivado desde hace décadas por las grandes empresas productoras y distribuidoras del sector e, incluso, por algunos Estados -como el español-, se ha incrementado alarmantemente en los últimos años. Esta tendencia choca, no obstante, con la cruzada judicial iniciada en países como Estados Unidos contra multinacionales tabaqueras y las medidas restrictivas impulsadas por algunos gobiernos contra el consumo de este producto.

No obstante, bajo esa repentina preocupación por la salud de los fumadores subyace otro tipo de intereses. Es innegable, por ejemplo, que las indemnizaciones económicas que ahora empiezan a pagar las empresas del sector en favor de familias afectadas por el tabaco constituyen un importante reclamo, pero más importante aún es el efecto publicitario que con esas medidas pretenden conseguir los Estados. No en vano, ellos son los principales beneficiados del negocio tabaquero. Fabricantes, empresas importadoras y comerciantes del ramo aportan a las arcas nacionales una fuente de ingresos nada desdeñable, sin olvidar el dinero de los propios consumidores.

Fumarse un cigarro en el autobús, en el metro o en el avión es cada día un reto más difícil de conseguir pero ¿lo será también contaminar los ríos, deteriorar la capa de ozono o prenderle fuego a los bosques? En esto, la justicia, las empresas y los gobiernos tienen mucho más que decir.

domingo, 18 de julio de 1999

Milenium

El desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación nos abre, a las puertas del nuevo milenio, un infinito abanico de posibilidades. La fibra óptica, la televisión de alta definición, la telefonía sin hilos o la transmisión de datos vía satélite son algunos de los avances que demuestran hasta qué punto la Humanidad camina con paso decidido hacia la conquista de renovados horizontes.
Estos logros contribuyen, de forma decidida, a la eliminación de las barreras geográficas y temporales que los hombres nos hemos marcado durante siglos. De esta manera, lo que en estos momentos se está conformando es una auténtica sociedad internacional, una verdadera "aldea global" por la que circulan, sin cesar y de forma simultánea, miles de millones de mensajes.
La causa principal de este espectacular desarrollo es que, al contrario que otras épocas, las múltiples ciencias que integran el conocimiento humano -como pudieran ser la física, la biología o la informática- ya no avanzan por senderos distintos, sino que se van integrando progresivamente para converger en un mismo punto. Hoy en día sería imposible concebir, por ejemplo, la construcción de una autopista o el diseño de una presa sin la presencia de los ordenadores o las mediciones geográficas y meteorológicas que realizan desde el espacio los satélites.
Sin embargo, esa misma carrera hacia el progreso lleva consigo unos graves riesgos. La posibilidad de que aumenten aún más las desigualdades existentes entre los países ricos y los países del Tercer Mundo se comprende mucho mejor si tenemos en cuenta que aquellas sociedades que antes asuman los nuevos retos tecnológicos serán las primeras en dominar los sistemas globales de comunicación y, por tanto, controlar el acceso a cualquier información o, lo que es lo mismo, monopolizar el futuro del planeta.
Igualmente, queda siempre la duda de que este ingente poder sea sólo usado por individuos honestos y con fines exclusivamente pacíficos.
La década que está a punto de comenzar, la de los nuevos soportes informáticos, la de los vehículos guiados por satélite o la de la realidad virtual puede aportarnos una capacidad de comunicación y una comodidad como jamás hayamos conocido, pero también puede sumirnos en el más terrible de los silencios.

domingo, 11 de julio de 1999

Cínicos

La izquierda ha dejado de existir. Los defensores a ultranza del proletariado, como los antiguos dirigentes de la URSS y la Europa del Este, han enterrado sus históricas promesas para prosperar en el seno del capitalismo y el liberalismo que antes deploraban. Los viejos combatientes de la libertad son hoy los grandes hombres de negocios y los más finos especuladores de conciencias.
La guerra de guerrillas, la de la década de los años sesenta, setenta o incluso ochenta, ya no es un modelo de revolución exportable: el mercado de la droga y las armas es más atractivo para los arruinados campesinos.
Las antiguas colonias de Asia, África y Suramérica, conseguida la independencia, entregan ahora sus riquezas a las multinacionales a cambio de créditos blandos con los que pagar su inmensa deuda externa y la cesión de parte de su soberanía política.
Los dictadores de ahora trabajan mejor en la sombra, desde instituciones democráticas, que disolviendo Parlamentos. Los intelectuales se suman en masa, a través de manifiestos, a los programas electorales de políticos cuya única preocupación es controlar y adormecer el espíritu de quienes, no hace mucho, pensaban que la cultura era un bien sin precio.
En Francia los agricultores y los cabezas rapadas han ocupado las calles que en su día quemaran los jóvenes universitarios. En definitiva: con la caída del muro de Berlín a medio mundo se le ha caído también la máscara.
Hay que aceptar que hoy en día hablar de pluralidad, de disenso, de crítica constructiva es también sinónimo de fracaso y ostracismo. La sociedad en la que actualmente vivimos está hecha para los cínicos, para aquellos que aceptan la realidad tal y como es -no como quisieran que fuera-, para aquellos que sólo se preocupan de sonreír entre dientes a la adversidad y bromean con frío cálculo acerca de su propia ruina o la ruina de los demás.
El mundo que hemos heredado es como una gran pantalla de cine, un espacio reservado sólamente a los más brillantes actores; una gran sábana de tela sobre la que se proyectan nuestras tristes y espectadoras sombras: la de ciudadanos sin honra ni conciencia que aguantan con estoicismo su risa y su vergüenza.

domingo, 4 de julio de 1999

Demagogia

Democracia es un término cuyo origen se remonta a la Grecia clásica. En tiempos de Solón y Pericles esta palabra significaba gobierno de todos y, por extensión, régimen participativo. En la Atenas de aquella época los ciudadanos tenían la obligación de intervernir con sus decisiones en el devenir de la ciudad-estado o polis en la que habitaban y el incumplimiento de tal presupuesto era merecedor del peor de los castigos, como el exilio forzoso.
Los órganos que regían este sistema se constituían de forma proporcional y representativa y sus funciones eran tan dispares como juzgar la legitimidad de una norma (lo que hoy vendría a ser la constitucionalidad) o arbitrar entre particulares toda clase de conflicos.
Sin embargo, aunque a simple vista pudiera pensarse que aquel era un sistema perfecto, la democracia helena se caracterizaba también por la existencia de un importante sector de la población (esclavos y extranjeros) que, al no poseer el título de ciudadanía, carecía de los derechos más elementales. Nadie mejor que Sócrates podía explicar esta contradicción: "la democracia, en sentido extricto no existe; es un ideal que hay que perseguir y mejorar constantemente".
Más de veinte siglos después poco o nada de aquello ha cambiado. Las democracias de hoy, las del Estado del Bienestar, siguen presentando importantes contradicciones. La concentración de poder en manos únicamente del Estado, desde el orden público hasta la Justicia, la Educación o la defensa militar, hace de la representatividad ciudadana un simple espejismo, situación que favorece la satisfacción de intereses corporativistas en detrimento del beneficio general.
Esos excesos legítimos y constitucionales son más preocupantes a medida que el desencanto ciudadano incrementa los datos de abstención electoral y la no participación, y todo ello en favor de una clase política que con demasiada frecuencia olvida consulutar al pueblo cuestiones fundamentales, como la inclusión de un país en una zona libre de cambio o en una organización militar cuando su principal fuente de ingresos procede, precisamente, de los poderes públicos.
Más inquietante aún es el hecho de que determinadas minorías, desde grupos profesionales -como médicos, pilotos y jueces-, partidos y organizaciones marginales, hasta sectores económicos concretos, vean a menudo satisfechas sus reivindicaciones a costa de los intereses generales.
Frente a todo ello se impone una fácil solución: no aceptar el chantaje. Sócrates no lo hizo. De ahí que su nombre resuene en el tiempo más allá que una democracia, la griega, hoy reducida a escombros.

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