lunes, 5 de mayo de 2003

Lealtades de cine

Lamentaré siempre el día en el que decidí retirar mi apoyo al Séptimo de Caballería y entregárselo de forma inquebrantable a los indios, tan nobles como vulnerables, o aquel otro en el que, llevado por una absurda compasión, me alié secretamente con los soldados del "África Korps", inteligentes y duros pero incapaces de acertar un solo disparo.
El cine es eso: una cuestión de lealtades. Uno, cuando elige el bando que habrá de defender, ignora las terribles consecuencias que tal medida le acarraerá en el futuro. Ocurre que siendo un niño, momento en el que empiezas a establecer ese tipo de simpatías o aversiones, desconoces hasta qué punto es más valioso el arrojo de cuatro impresentables llenos de barras y estrellas pero ninguna neurona que la propia lógica del espectador, quizá porque todavía confías en la justicia y ecuanimidad del guionista o porque aún percibes el mundo como una película de dibujos animados.
Pero he aquí que una mañana despiertas con algunos años de más y descubres, sin embargo, que las mentes de Hollywood siguen ancladas en su estúpido maniqueísmo y que lo que una vez fueron simples rabietas por la victoria de un puñado de arrogantes piratas de pronto se han transformado en pura decepción y escepticismo. No hay más doloroso entonces que ver a los hérores de turno arrastrarse torpemente por un decorado inaudito que dice ser Vietnam o sorprender a un corajudo romano vestido con leotardos de licra y un estupendo reloj de cuarzo en la muñeca.
Desgraciadamente terminas comprendiendo lo inútil que es rebelarse contra aquellas tempranas convicciones que te llevaron a desear que todos los rubiales potentísimos tropezaran a mitad del rodaje con alguna roca de cartón-piedra y fueran sustituidos por el hermano feo de Colombo.
Desde aquella primera vez en que desee que no quedara un solo indio sin vengar arrastro algo más que desconfianza, derrotismo y resignación, convencido de que algún día, como los extras de El Padrino, me veré en la obligación de derrochar un cargador entero antes de que un descerebrado musculoso, un enchufado del Séptimo Arte, aloje su única bala en mi único y preciado culo.
Dirán que exagero pero ¿se imaginan esa misma sensación trasladada al trabajo, a la política, al fútbol, incluso? Lo advierto: díganles siempre a sus hijos quiénes son los "buenos" y quiénes, sobre todo, terminarán ganando en las películas. Se ahorrarán más de un disgusto cuando tengan edad de ver los informativos o de leer los periódicos.

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