domingo, 1 de junio de 2003

Ladrillo caprichoso

La radio depara sorpresas hasta ahora sólo reservadas al cajón televisivo. Esta semana, sin ir más lejos, oí a un responsable de cierto organismo estatal quejarse de la "absurda obsesión" de la juventud por comprarse un piso.
En un principio, y dada la hora de emisión del exabrupto, pensé que se trataba de otro de esos tertulianos de medio pelo que igual te cuenta las andanzas de Dinio que te analiza la actualidad política o que te vende un maravilloso producto de limpieza. Desgraciadamente, no era ese el caso.

Es más. El invididuo, toda una autoridad económica, insistía en acusar a los jóvenes de disparar el precio del ladrillo. No satisfecho con ello les pedía luego que se dedicaran a otros menesteres distintos al inmobiliario, escudado en no sé qué informes. Confirmaba así las peores sospechas: ya no se trata de impedir, por la vía de la especulación, que cualquier español acceda a una vivienda -o a la parte constitucional que le corresponde-. Ahora lo que se pretende es que acepte tranquilamente la imposibilidad de conseguirlo. Nescio quo pacto.
La solución al problema del suelo pasa por ofrecer alternativas razonables a quienes, por una u otra causa, se han quedado al margen de la euforia económica nacional. Urge, más que nada, cumplir las promesas que hablan de fomentar los pisos de protección oficial, pactar con las promotoras y empresas de construcción el valor de salida de los solares, negociar ventajas fiscales y créditos blandos para los jóvenes y, al mismo tiempo, potenciar otros mercados de inversión más apetecibles que el inmobiliario, un valor seguro en estos tiempos de incertidumbre.
Sobra, pues, esa verborrea institucional de la que únicamente se congratula una elite de compatriotas, propietaria de pisos de no menos de 60 millones de pesetas con jardín propio, pista de "paddel" y seguridad privada.
El derrotismo podrá calar en la psique colectiva pero no impedirá que, con él, arraiguen también la frustración y el descrédito del sistema. El campo está sembrado para que prosperen, entonces, toda clase de radicalismos.

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