martes, 5 de agosto de 2008

La mancha sepia

Recuerdo a un antiguo compañero de Periodismo que se declaraba orgulloso de invertir en Bolsa. No era para menos: durante sus estudios, gracias al capital familiar y a su contrastada pericia en el parqué madrileño, había amasado una pequeña fortuna. Tal era su conocimiento de las reglas del mercado que, cuando años después supe otra vez de su existencia, éste era ya el brillante jefe de Economía de una agencia de noticias.

Casos como éste no son excepcionales. Las mejores publicaciones de medio mundo dedicadas a los negocios cuentan entre sus filas –tanto obreras como directivas- con grandes tiburones de las finanzas. Disponen a un precio atractivo de profesionales de rostro bien aseado que las diez primeras horas de la jornada cumplen febrilmente con sus responsabilidades informativas y las otras diez negocian con sus contactos en qué boyante empresa habrán de colocar sus bonos.

El periodismo es un sector donde la precariedad nuestra de cada día y las tradicionales presiones dificultan la formación de expertos como éstos -España podría inspirar todo un género literario al respecto-. De ahí que la presencia de comunicadores altamente especializados en materias tan complejas como la Economía constituya, en teoría, casi un regalo de la Naturaleza.

No pasa desapercibida, en cualquier caso, la dificultad para esclarecer en determinadas ocasiones dónde está la frontera entre el redactor y el inversor, entre quien analiza la realidad económica en beneficio desinteresado de sus lectores y quien utiliza su condición privilegiada en los medios para favorecer la evolución de su cartera de negocios o la de sus mentores.

Repasamos la prensa sepia de estos últimos diez años y no encontramos signo alguno o advertencia de que ésta o aquella compañía esté en riesgo de quiebra, presente poca liquidez o haya realizado operaciones arriesgadas para el patrimonio de sus accionistas.

En su lugar rescatamos extraordinarios relatos sobre las virtudes de ciertos extraterrestres -hoy en suspensión de pagos- que con su supina sabiduría han iluminado las finanzas europeas; o hallamos mesiánicas parábolas sobre las oportunidades de ocio e inversión de las que hemos gozado los españolitos gracias a ciertas sociedades anóminas -con supresiones de plantilla en ciernes-.

En esta década de beneficios fáciles ningún especializado analista ha escrito un solo renglón sobre la terrible crisis que se avecinaba, la misma que su empresa rosa y asalmonada pretende ahora esquivar con recetazos gubernamentales. Ninguno ha salido jamás en defensa de la intervención pública ni de la necesaria moderación del endeudamiento familiar. Ninguno nos ha contado la verdad: que el libre mercado es todo menos libre para quien no tiene dinero.

Su próxima lección, no lo dudo, versará sobre cómo congelar los salarios, flexibilizar el mercado laboral y disparar el gasto público. Nunca publicará a qué manos ha ido a parar el dinero del golf o el del coche de lujo. O dirá, como pensamos todos, que éste es el momento para que el capital arrime también el hombro. Para eso sobran especialistas y faltan profesionales comprometidos realmente con su sociedad.

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