
La estadística -incluso sin torturar- ratifica el clima de descomposición que verdaderamente soportamos. Media patria huele a ajo –cosas del metro y del verano- y la otra mitad no conoce hora ni contenedor para su basura. Madrid, con razón, tiene estos días efectos secundarios.
El olor, según las últimas aportaciones biofísicas, está relacionado con la vibración de las moléculas. Y yo me pregunto, a la luz de las bolsas que pasean por Atocha y de los escupitajos con que diariamente se riegan nuestras calles, si no será la indignación de los cadáveres más exquisitos la que en realidad está abonando el aire.
La Naturaleza es sabia aunque le falten manos. Legiones de supervivientes van de cubo en cubo por las noches reciclando la podredumbre. Andan de cartón en cartón amontonando el futuro sobre destartalados camiones. Recuerdan, ajenos a su resignada amargura, que hasta el estómago más delicado tiene un precio. Enseñan que siempre hay un olfato agradecido para la inmundicia más detestable.
Y en esta Villa y Corte, son ese afán de supervivencia y una exótica atracción por el estiércol los que explican que nuestra carroña crezca por encima del 6 por ciento anual, de acuerdo con las cifras oficiales, y que el gasto en perfume de los españoles aumente una media de tres puntos por ejercicio –datos de 2007-.
Regreso a casa convencido ya de que la tierra es demasiado leve para mis prendas cuando, al pie del portal, me cruza otro epitafio: hic iacet. Mi vecino ha vuelto a sacar su basura a las dos y media de la tarde. Dos mil quinientos años de civilización occidental enterrados bajo décadas de incultura cívica y un par de lustros de bienestar material. En el pecado lleve su penitencia, su úlcera y su mal olor.
Yo me resisto a “simplemente” sobrevivir. Diecisiete millones de entradas en Internet con la palabra “felicidad” me esperan.
1 comentario:
cierto, la basura apesta, en madrid o en manhattan... sobre algunos comportamientos humanos, mejor ni hablar. eso sí, (y esto es como decir que los reyes son los padres pero...) José Luis, no te has enterado aún? la felicidad no existe ;-) aunque ójala el desahogo de la escritura te acerque un poco a ella de vez en cuando
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