miércoles, 30 de julio de 2008

El rapto de la Utopía

Toda sociedad inspira su progreso en anhelos e ideales que trascienden más allá de su estricta dimensión material. El equilibrio con las fuerzas de la Naturaleza, la perfecta comunión con Dios o la búsqueda de la razón detrás de cada acción humana son sólo tres de los motivos que durante siglos han guiado el destino del planeta.

Desde la tribu hasta la aldea global, los hombres han supeditado su libertad individual a estos principios “superiores”. En ellos, bien por convencimiento o por imposición, han encontrado respuesta la mayoría de las veces al por qué de su vagar por el universo. No importa que el resultado fuera un latigazo, un certero golpe de espada o un simple tiro en la nuca.

La raza a la que pertenecemos no ha escatimado medios para alcanzar esos ideales. El miedo a lo desconocido, la fe ciega e, incluso, la razón más absoluta han abonado de podredumbre la Tierra sobre la que hoy crecen naciones enteras, con sus rascacielos, autopistas y puentes colgantes. Millones de cadáveres sacrificados en nombre de esos sagrados objetivos dan su testimonio invisible y silencioso del progreso alcanzado.

El mundo que conocemos, el de Internet, la cirugía láser o la biotecnología, no dista mucho de aquel otro donde los astros se invocaban con plegarias, las ciudades se dividían por credos religiosos y la igualdad universal se resumía en repartir a cada uno por igual la misma pobreza.

Nos parecemos terriblemente a nuestros antepasados. Como ellos, guardamos bajo anhelos colectivos las pasiones más primarias, desde la envidia hasta la codicia, pasando por la soberbia y el ansia de nuestra pequeña y democrática parcela de poder.

Tal y como entonces, financiamos con nuestro asentimiento a sacerdotes, guerreros, animistas mediáticos y otras castas con corbata. Sus privilegios son nuestras esperanzas. Su petróleo, sus clubes deportivos y sus programas televisivos alimentan nuestro crédito en el presente ¿Quién dijo que la Edad Media era oscura y tenebrosa?

En este siglo en el que las religiones vuelven a darnos grandes oportunidades comerciales; en esta era en la que educar pasa por dividir la escuela según el sexo de los niños; en esta Tierra que hoy esquilmamos para sembrar grandes jardines de bienestar sólo una cosa nos separa de nuestros predecesores: nos hemos quedado sin Utopías.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Opina y aprenderás, si te atreves a no opinar de oídas.
Yo diría que las utopías más positivas, motivadas por la pobreza física y espiritual y por el afán de conocimiento, han sido sustituidas por la utopía de encontrar ropa en las rebajas; de tener tal o cual marca de móvil; comprar una casa con taitantos metros y piscina; etc. Es la utopía del consumo, que está en constante efervescencia gracias y a pesar de que lleva aparejado un sentimiento de frustración permanente.
De todas formas, creo que hay una elite en todos los ámbitos que mantiene vivas utopías más dignas de ese nombre. Nosotros estudiamos la historia de las elites, tal vez por eso cometamos el error de pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Colaboraciones