domingo, 1 de agosto de 1999

Fumadores

Fumar ha sido, durante siglos, un placer y un rito. Gran parte de las culturas descubiertas por los españoles a su llegada al Nuevo Mundo recurrían al tabaco con fines iniciáticos, en la creencia de que su uso, mezclado con otras substancias, garantizaba un contacto directo con los antepasados.

De hecho, en algunas comunidades amazónicas, el rito de fumar constituye, todavía hoy, un instrumento fundamental de cohesión e integración social.

Un papel distinto juega el tabaco en nuestra sociedad. Su consumo, incentivado desde hace décadas por las grandes empresas productoras y distribuidoras del sector e, incluso, por algunos Estados -como el español-, se ha incrementado alarmantemente en los últimos años. Esta tendencia choca, no obstante, con la cruzada judicial iniciada en países como Estados Unidos contra multinacionales tabaqueras y las medidas restrictivas impulsadas por algunos gobiernos contra el consumo de este producto.

No obstante, bajo esa repentina preocupación por la salud de los fumadores subyace otro tipo de intereses. Es innegable, por ejemplo, que las indemnizaciones económicas que ahora empiezan a pagar las empresas del sector en favor de familias afectadas por el tabaco constituyen un importante reclamo, pero más importante aún es el efecto publicitario que con esas medidas pretenden conseguir los Estados. No en vano, ellos son los principales beneficiados del negocio tabaquero. Fabricantes, empresas importadoras y comerciantes del ramo aportan a las arcas nacionales una fuente de ingresos nada desdeñable, sin olvidar el dinero de los propios consumidores.

Fumarse un cigarro en el autobús, en el metro o en el avión es cada día un reto más difícil de conseguir pero ¿lo será también contaminar los ríos, deteriorar la capa de ozono o prenderle fuego a los bosques? En esto, la justicia, las empresas y los gobiernos tienen mucho más que decir.

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