lunes, 15 de septiembre de 2008

De la venganza

La venganza es humana. Tanto como la sangre y las pasiones que la preceden. Lleva miles de años inserta en nuestro genoma. Ángeles y demonios la hicieron mortal a base de guerras y traiciones. No hay cultura, no hay religión que eluda su nombre o evite justificarla. Yahveh le dijo a Moisés: la venganza contra los ismaelitas no es mía en particular, es un acto de justicia (Números 31:3). Y Dios fijó la indemnización para la mujer amenazada: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente… (Éxodo 21:23-25).

La carne hace al hombre y la revancha, el resarcimiento o la represalia convierten al mundo en su hábitat perfecto, acaso en el único posible.

Por mucho que se nos ofrezca repulsiva e inconfesable, incluso a los ojos de quienes han sufrido las peores afrentas, la venganza satisface nuestro ego más sublime. Hemos interiorizado la forma de esquivarla públicamente a la par que de invocarla en silencio, desde el orgullo profundo y la soberbia.

No hay por qué engañarse ni andar con el gusto remordido: sin castigo no cabe protección para el honor ni lección posible para la imprudencia. El orbe no aguantaría un gramo más de infelicidad de no ser porque a veces también vemos caer al tirano o sabemos que otro alma torturada, con agravios menos pesados que los nuestros, le ha apedreado las ventanas al explotador.

El escarnio solemne es la base de la justicia, como explica Nietzche. Es la matriz que asienta sobre seguro al individuo y lo fortalece en una sociedad plena de psicópatas, corruptos y reyezuelos desquiciados. El regocijo que sigue al encarcelamiento del delincuente, a la muerte del asesino a manos de su propia bomba o a la ruina del esclavista no es más que una encarnación de Némesis, la diosa que se afana en combatir el exceso humano y restaurar en la Tierra el equilibrio alterado por éste.

La venganza es, con todo, enemiga de los sabios y benefactora de los estúpidos (Erasmo dixit). Y aunque reconozcamos esta verdad, no hay a nuestro alcance ningún otro placer íntimo y sutil –aun servido en frío- que no tenga un precio.

Por eso, igual que yo estos días, ocasionalmente los mortales necesitamos comportarnos con mayor necedad de lo acostumbrado y sentirnos mucho más ufanos en nuestra revancha, regurgitando a plena conveniencia ciertos tragos pasados de difícil digestión.

Que ustedes también lo disfruten. A su salud.

“¡Soportemos con paciencia el decreto del destino!”

(Qasmuna. Granada. Siglo XII)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Magnífico, y una verdad como un templo. El que pregone que nunca se ha regocijado con el mal que sufre quien antes nos torturó u ofendió, miente realmente.

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